viernes, 23 de marzo de 2012

Los Servicios Sociales ante las "nuevas familias"

Ponencia realizada en la Jornada Formativa: "Escenarios de la Intervención con menores y jóvenes en riesgo social", organizada por el Área de Gobierno de Familia y Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid, en colaboración con Las Alamedillas, Opción 3, EMES y Grupo 5 y celebrada en 19 y 20 de marzo de 2012.


PONENCIA
Los Servicios Sociales ante las "nuevas familias" 

Alejandro Martínez González

Educador Social. Doctor en CC. De la Información.
Profesor Titular del Departamento de Educación Social y Trabajo Social
Del Centro Superior de Estudios Universitarios La Salle-UAM
alejandromg@lasallecampus.es


La familia en las últimas décadas ha experimentado significativos cambios en su concepción y articulación, que están dando lugar a una gran diversidad de realidades, lo que permite a las relaciones entre las personas sumar nuevas posibilidades y oportunidades de encuentro, aunque también  nuevas dificultades y situaciones de conflicto a las ya casi tradicionales.  Plenamente inmersos en lo que Beck ha definido como la sociedad del riesgo, parece que “todos estamos en constante peligro de caer al suelo, pero todos intentamos, con mayor o menor aptitud y conciencia artística, controlar nuestra propia vida: Algunos tienen muchas suerte, pero abundan los que tienen mala suerte. Una sociedad en la que “biografías en al cuerda floja” se convierten en la norma general se caracteriza por el hecho de que el estrés mental, la postulación artística y el miedo pueden poner en un brete a todo el mundo, y muchos pueden caer” (Beck, U. y Beck, E., 2003: 114). En este nuevo modelo social vigente, las personas nos encontramos cada vez más aisladas, más ensimismadas, más amenazadas y con más dificultades para asumir  compromisos que nos permitan una vida en común. Como también subraya Bauman, “en el mundo de la modernidad líquida, la solidez de las cosas, como ocurre con la solidez de los vínculos humanos, se interpreta como una amenaza. Cualquier juramento de lealtad, cualquier compromiso a largo plazo (y mucho más un compromiso eterno) auguran un futuro cargado de obligaciones que (inevitablemente) restringiría la libertad de movimiento y reduciría la capacidad de aprovechar las nuevas y todavía desconocidas oportunidades en el momento en que (inevitablemente) se presenten. La perspectiva de cargar con una responsabilidad de por vida se desdeña como algo repulsivo y alarmante” (Bauman, 2008: 28). 

Y así, vivimos cada vez más en un entorno donde los retos, posibilidades y expectativas de la familia pierden referentes y dificultan la posibilidad de marcarse rumbos.  Ocurre entonces que las que entran en procesos de deriva corren cada vez más riesgos de hacerse dependientes de un sistema de organización social que al tiempo las infantiliza, en la medida en que las empuja a delegar en los organismos que nos representan y en las instituciones que nos atienden espacios de decisión que les deberían de corresponder, multiplicándose las demandas a estos servicios e instituciones sociales para que desde la vigilancia, la mediación, la ayuda y/o el acompañamiento intercedan y se hagan cargo, activando un bucle que invita a preguntarse hasta dónde el servicio atiende el diagnóstico o es el diagnóstico el que desarrolla el servicio.  

Un bucle que habrá de situarse entre los principales retos que dichas instituciones sociales tienen y que en el contexto de este encuentro creo importante subrayar: el de mirarse a sí mismas y preguntarse en qué medida sus propios modos de organización son una oportunidad o una nueva trampa, a modo de urna de cristal, para sus usuarios.  

Por eso, más allá de la consideración inicial de la variedad casuística que la sociedad de nuestro tiempo suma a la ya tradicionalmente abordada desde los servicios sociales, creo interesante detenerme en invitarnos como profesionales a reflexionar sobre el reto permanente de las organizaciones en las que desarrollamos nuestra labor, de pensarse a sí mismas como única vía para mantenerse operativas y verdaderamente leales al cumplimiento de su misión. Hace ya algunos años Félix Castillo (1997) se refirió a las organizaciones sociales y asistenciales como sistemas hipercomplejos, proponiendo una perspectiva en su análisis que ponía en evidencia el riesgo y las contradicciones que entrañan en la medida en que afrontan su profesionalización desde la especialización. 

La secuencia que sugiere es tremendamente clarificadora, y  puede resultar muy útil como punto de partida del gesto reflexivo que les sugiero: las organizaciones de servicios sociales y asistenciales -en general-,  podemos decir que han pasado, desde su aparición, por diversas etapas que van desde la inicial de emprendimiento, a la de consolidación de sus clases profesionales a través de la separación de administradores y lo que él denomina “operadores de base”, para finalmente desembocar en la profesionalización, que se concreta en las entidades en su  organización en torno a áreas de especialización. Todo ello como modo de dar respuesta a una compleja y sofisticada nueva espiral que parece construirse a sí misma y en la que, como hay usuarios, se profesionaliza la atención, y como se profesionaliza la atención, hay usuarios.  

Obviamente, la profesionalización entraña un nivel de especialización, y por tanto el dominio de un área específica de conocimiento, que puesto al servicio del usuario se entiende que suma valor y calidad a su trabajo, aunque en ocasiones lleva consigo el riesgo de que, en lo que lleva implícito de acotación de un territorio, desgaja el déficit del individuo o del grupo familiar y a éste de sus circunstancias, sus relaciones y su contexto. Es común encontrar familias cuyos miembros son atendidos por distintos operadores sociales o sanitarios de forma que el padre, por ejemplo, acude a salud mental, el niño recibe atención desde el equipo de orientación del colegio y la madre mantiene una relación con los servicios sociales; y sin embargo  a pesar de esta presencia de profesionales en la vida de dicha familia, se pasa por alto tratar de atender las dificultades de ésta en su contexto desde la coordinación no acotada de los diferentes especialistas, o la posibilidad de reflexionar junto con esta familia sobre qué circunstancias y/o relaciones hacen que se haga tan necesaria para ella la intervención de la red profesional en sus vidas. 

Algo a lo que pueden contribuir los “diagnósticos” que en ocasiones se usan como método de explicación, a modo de lo que Bateson denomina “categorías dormitivas”, donde el otro es reducido a un objeto que se define por la etiqueta de la conducta o patología identificada como déficit. Cuando hablamos, por ejemplo de “trastorno del comportamiento”, de “baja autoestima” o de “familia multiproblemática” sin más, ubicamos al individuo en una categoría que le permite luego ser “tratado” desde el área de especialización correspondiente, pero en donde él como sujeto queda invisibilizado. Cualquier conducta de ese sujeto, o del propio grupo familiar se interpretará a la luz de esa etiqueta. 

El riesgo de fragmentación del usuario o de la familia que lleva consigo la especialización no hace más que restarle autonomía y capacidad de decisión, quedando dividido en manos de los expertos en los que delega y de los que depende, aumentando de este modo sus posibilidades de cronificación: el “usuario”, o la familia, que “no saben”, pasan a estar en manos de diversos profesionales, que tratan sus demandas o necesidades como apartados estancos, sin posibilidad de abordarlos de manera interrelacionada en un espacio en el que sus voces puedan ser escuchadas desde un diálogo igualitario y no de poder (Habermas, 2010). 

Como afirma Gastañaga (2011:40), “cuando señalamos excesivamente el déficit, las personas, las relaciones, los contextos dejan de tener cualidades. El rótulo “madre sobreprotectora” es una generalización que poco nos dice acerca de la singularidad del vínculo de esta mujer con su realidad, nada de las, tal vez, buenas razones que la madre tiene para proteger de esa manera a su hija. Sólo comprendiéndola nos va a poder escuchar, y escucharla significa dotarla de poder y competencia como madre y mujer”. Esto se puede hacer más allá del “contexto profesional de cambio” (Carlos Lamas, 1997: 84) en el que trabajemos –ya sea asistencial, terapéutico o de control- si en las condiciones de dicho contexto existe la posibilidad de planificar la intervención profesional en torno a la construcción de mapas, y en verdadera coordinación y colaboración de los diferentes profesionales que participan en la atención y seguimiento de cada caso, superando la multidisciplinariedad para confluir en la interdisciplinariedad, donde las posiciones de dependencia e independencia profesional queden superadas, por ineficaces, en pro de una red profesional interdependiente (Castillo, 1997:237).

Así y como venimos subrayando, uno de los principales desafíos que las organizaciones de la intervención social tienen por delante está en tomar seriamente en consideración su eficacia en favor de la transformación del individuo y su realidad, una vez que han adquirido una dimensión organizativa estructurada en torno a áreas de especialización profesionales que, como hemos podido ir viendo, paradógicamente lastra la operatividad que pretende promover, de modo que, al tiempo que se perpetúa como organización, frustra la emancipación del usuario. Por este importante motivo, lo que no se debería perder de vista es el hecho de considerar en todo momento la complejidad como un aspecto inherente de la propia organización,  en la que funcionan múltiples niveles y componentes, y donde el elemento humano juega un papel fundamental, en base al carácter de las interacciones que establezca en su seno, tanto entre los profesionales, como entre estos y los usuarios. Como destaca Zamanillo (2008: 256), “las instituciones tienen necesidad de formarse una utopía: si dejan de imaginarla, se burocratizan y caen en la esclerosis”, y esa utopía a mi juicio pasa necesariamente por no dejar de creer en la capacidad de acción de las personas para las que trabajan y en su potencial como organizaciones para activarlo o impulsarlo desde la labor interdependiente de sus profesionales. Algo que implicaría también que la profesionalización dejara de ser entendida como la atención y el tratamiento específico en compartimentos, para pasar a concebirse como la competencia de la organización para abordar la complejidad desde la organización y sistematización de espacios donde los operadores formados puedan componer equipos inteligentes (Zembranos, F. y Medina, J.A., 2003), capaces de actuar interdisciplinarmente, de reflexionar sobre su acción, de trabajar con mapas y de considerar la intervención profesional más como un “sistema observante” que como un “sistema observador” (López Baños, Manrique y Otero, 1990), en el sentido de contemplar la relación que establecen los profesionales con los usuarios como un elemento más para incluir en el diagnóstico.

En el siguiente enlace puedes consultar la presentación de la ponencia:
http://www.madrid.es/UnidadesDescentralizadas/InfanciaFamiliayVoluntariado/InfanciayFamilia/Publicaciones/JORNADAS%20MARZO%202012/M3_ServSociales_NuevasFamilias.pdf


BIBLIOGRAFÍA:  

-          Bauman, Z. (2008). Los retos de la educación en la modernidad líquida. Gedisa. Barcelona.  

-          Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (2003). La individuación. El individuo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Paidós. Barcelona. 

-          Castillo, F. (1997). El profesional en las organizaciones de servicios sociales. En Coletti, M.  y Linares, J.L. (comp.), La intervención sistémica en los servicios sociales ante la familia multiproblemática. Paidós, Barcelona, pp. 223-243. 

-          Cembranos, F. y Medina, J.A. (2003). Grupos inteligentes. Teoría y práctica del trabajo en equipo. Popular. Madrid. 

-          Gastañaga, J.L. (2011). La generación de contextos de colaboración. Una intervención sistémica en el marco escolar y zonas culturales de frontera, en Mosaico Revista de la Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar, nº 48, pp. 35-43. 

-          Habermas, J. (2010. 1ª ed. 1981). Teoría de la Acción Comunicativa. Ed. Trotta. Madrid. 

-          Lamas, C. (1997). Los primeros contactos. En Coletti, M.  y Linares, J.L. (comp.), La intervención sistémica en los servicios sociales ante la familia multiproblemática. Paidós, Barcelona, pp.83-123. 

-          López Baños, F.; Manrique, R.; y Otero, S. (1990). Los sistemas observantes: conceptos, estrategias y entrenamiento en terapia familiar sistémica. En Revista AEN, Vol. X, nº  33, pp. 203-219. 

-          Zamanillo, T. (2008). Trabajo social con grupos y pedagogía ciudadana. Síntesis. Madrid.